Autores:
José Alberto López Rafaschieri y Luis Alberto López Rafaschieri
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Dentro del ámbito científico y periodístico de los países latinoamericanos, reina el paradigma de lo que llaman “objetividad”. De acuerdo al concepto al que tantos siglos de autoritarismo e ignorancia nos han acostumbrado en Hispanoamérica, ser objetivo significa no poseer ninguna opinión propia, uno debe ser lo más parecido a un robot, sólo procesar los datos que los demás nos proporcionen. Opinar, cuestionar, reflexionar o comprobar lo que las autoridades nos digan es el pecado profesional más grande que puede cometer un académico o periodista.
En contraste, la objetividad profesionalmente definida es parte del método científico y, según Theodore Porter, se basa en la idea de que la ciencia, o la información real, tienen la propiedad de ser comprobables, independientemente de quien la proporcione. Por eso la objetividad está íntimamente ligada a lo verificable y reproducible. Para ser propiamente considerada objetiva, la ciencia o la información tienen que poder ser comunicadas de persona a persona y ser demostradas por terceras partes. (Porter, 1995)
Es decir, si usted hace alguna afirmación que sea demostrable, está siendo objetivo.
Siempre los gobiernos han tratado de vetar a la prensa, para que no cuestione los desastres y errores de los que son responsables. Hasta la revolución industrial, el periodismo consistía únicamente en comunicar uno que otro cambio en las leyes nacionales y en hacer públicos los aburridos anuncios gubernamentales de lo “bien que lo estaban haciendo las autoridades”.
Conforme los seres humanos hemos ido aprendiendo que existen formas nuevas y mejores de hacer las cosas, nos dimos cuenta de que la humanidad no tenía sólo necesidad de recibir información del gobierno, también queríamos leer y comunicar las opiniones e informaciones de los que no formamos parte del poder político.
Entonces comenzaron a aparecer diarios independientes en algunas partes de Europa, los periodistas fueron poco a poco ganando independencia y los diarios reflejaban, por primera vez en la historia, malas noticias del gobierno. Estas noticias no eran meras informaciones mecánicas que llegaban a las salas de redacción, también eran opiniones propias de quienes escribían. Opiniones que cuestionaban la gestión pública y denunciaban actos ilícitos de las autoridades.
Desde entonces y hasta hoy, el derecho a opinar se consagró como fundamental en todos los países libres. Y ha demostrado ser uno de los mejores obstáculos contra las dictaduras.
¿Se imagina usted que para informarse tuviera que leer a diario la fría Gaceta Oficial del gobierno? Los seres humanos no somos así.
Desde la revolución industrial veníamos progresando en esta materia, pero apareció un individuo llamado Karl Marx, (quien por cierto era periodista) y se le ocurrió volver a la dictadura, según él esta vez sería diferente, era la dictadura de la clase obrera y de los oprimidos ¿Cuántas veces habremos escuchado esta patraña?.
Entonces a él y a sus seguidores les pareció que la prensa (al igual que
Por esa razón, los comunistas rusos, chinos, cubanos y de todos los rincones del mundo, una vez que llegaron al poder, hicieron añicos la libre opinión e información. Como en toda dictadura, la única información y opinión válida fue la del régimen. Pero recuerden, como según ellos, actúan en nombre de la clase oprimida, tienen total licencia para cometer toda clase de crímenes contra quienes se les oponen.
Nunca olvidemos que el totalitarismo es un monstruo que tuvo dos hijos varones: el comunismo y el fascismo. En el fascismo, como también promueve dictaduras, se aplica la misma receta de aniquilación de la información, sólo son válidas las opiniones e informaciones que proporciona el gobierno, supuestamente integrado por seres superiores.
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