Autores:
José Alberto López Rafaschieri y Luis Alberto López Rafaschieri
www.morochos.org
Ubiquémonos en el año 2003, cuando millones de venezolanos descontentos con el gobierno de Hugo Chávez decidieron activar un derecho consagrado en la Constitución, el referéndum revocatorio.
Para entonces, muchos nos entusiasmamos con la iniciativa, ya que era una opción pacífica, legal y democrática de cambiar de gobierno. Además, éste era un instrumento que ya se usaba en otros países desde hacía tiempo, ¿por qué no al menos intentarlo?
Las leyes venezolanas exigían que para convocar un referendo revocatorio, los solicitantes debían reunir una cantidad determinada de firmas y llevarlas al Consejo Nacional Electoral. Así lo hicimos, pero el Presidente Chávez no aceptó las firmas porque, según él, no habían sido corroboradas, de manera que los chavistas castigaron a los directores del CNE, despidiéndolos de sus cargos, y modificaron las leyes para que las reuniéramos de nuevo. Esta vez, nos obligaban a colocarla sobre papel moneda, y deberíamos incluir nuestra huella digital al lado de la rúbrica.
Pero los opositores al gobierno estábamos muy entusiasmados con convocar a referendo revocatorio. Sabíamos que sería muy fácil reunir otra vez las firmas y así lo hicimos. A lo que no le prestamos atención fue a una amenaza que lanzó, para el momento, el Presidente Hugo Chávez sobre quienes estábamos firmando para organizar un referendo en su contra. El mandatario, en un acto público,
nos advertía a los convocantes que quedaría registrado para la historia nuestro nombre, apellido, firma, número de identificación y huella digital, porque estábamos "firmando contra la patria". No nos importaron sus intimidaciones.
Para comienzos de 2004, el referendo revocatorio era inevitable. Nuestra alegría era muy grande y habíamos logrado superar cada obstáculo que colocaba el gobierno. Para disgusto de Chávez, sus intentos de sabotear y amenazar a la oposición para que no alcanzará su objetivo de convocar a referendo habían sido en vano. A mediados de año, la consulta se realiza, y el gobierno gana en medio de denuncias de ventajismo y uso indebido de los recursos oficiales para la campaña electoral.
Todos pensábamos que la cosa había terminado allí, había ocurrido un acontecimiento electoral que no tenía por qué tener otro tipo de consecuencias. Nunca nos íbamos a imaginar los opositores que Chávez materializaría sus
amenazas, y que el gobierno usaría nuestros datos personales para vengarse, a pesar de haber resultado victorioso en el referendo. La vida de las más de dos millones de personas que firmamos daría un vuelco a
partir de entonces. Conoceríamos en carne propia el terrorismo de Estado
del que habíamos escuchado en otros lugares del mundo.
Chávez había comisionado al entonces diputado Luís Tascón para que distribuyera públicamente los datos de todos los que habíamos firmado. La lista que poseía el CNE, con la información personal de los firmantes, fue subida a varios sitios de Internet para que quien quisiera pudiera consultarla, también se imprimió en listados físicos y se grabó en discos compactos que eran facilitados a instituciones gubernamentales, y hasta se vendía en buhoneros para que cada quien tuviera la suya.
Frases como, "¿tú firmaste contra Chávez? Porque si sales en la lista no te podemos dar el trabajo", "¿tú firmaste? Porque entonces no te va a salir el crédito o la ayuda que estás solicitando", atormentarían a partir de ahora nuestro día a día. Todos en Venezuela conocemos a alguien que, al asistir a una propuesta de trabajo en oficina o empresa del gobierno, recibía esta respuesta en la entrevista, "mira, estás calificado para el trabajo, pero tu currículo va a ser revisado y, si firmaste, va a ser difícil que te contraten".
La situación se estaba saliendo de control y afectaba mucho la imagen del gobierno a nivel nacional e internacional, llegando varios
casos a introducirse en la comisión de derechos humanos de la OEA. El propio Chávez tuvo que salir
diciendo que esta lista se debía "archivar y enterrar", reconociendo que él sabía que en las oficinas públicas la lista Tascón se tenía sobre las mesas para determinar a quién se le daba trabajo. Lamentablemente, sus seguidores le hicieron el mismo caso que cuando les mandó a bajarse los sueldos, y todos sabíamos que la declaración del presidente era pura actuación, pues no volvió a mencionar el tema, ni tomó medidas que protegieran a los trabajadores de la discriminación política que promovía la lista. Al contrario, cada vez el discurso y acciones del mandatario se radicalizaban aún más contra quienes pensábamos distinto, o nos oponíamos a su proyecto político, llegando inclusive a sacar otra lista actualizada de iguales características y uso que la anterior, la denominada Lista Maisanta.
Al final, el instrumento de exclusión que había creado y promovido Chávez, y con el que le había hecho cuadritos la vida a millones, nunca pudo ser removido de la cultura política del chavismo. Aún al sol de hoy, casi nueve años después, la misma lista se sigue usando para discriminar e intimidar a los adversarios del régimen, sobreviviendo a sus autores intelectuales y materiales, Hugo Chávez Frías y Luis Tascón.
Así también recordará a Chávez una gran parte del país. Sus mejores memorias se las llevan los que pasaron de humildes tenientes a banqueros, los que hicieron fortunas con CADIVI, y los que se "enchufaron" de algún modo con la revolución, mas hay millones de venezolanos a quienes nos será imposible olvidar el haber vivido en nuestra juventud el odio, la discriminación y la otra cara del chavismo.
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